La espalda del mendigo
Luis Ojeda Orbenes
11/03/2009
Cuando se percató que ya se hacia tarde, le dijo a la esposa de su amigo:
-Ana, te tengo que dejar. Tu sabes que volveré, porque contigo la paso bien, mi flor…supongo que esperarás a esta desolada abeja, ¿cierto?
-Por su puesto. Tu sabes que ni el Cristian ni nadie hace que me sienta tan libre, tan mujer, como tu.
-Nos veremos en un par de días más. Cuídese mucho, corazón, y recuerda que siempre estaré contigo.-Le dijo, luego un beso de esos que saben a compromiso ilegal, agarra su polerón, y se va a su casa.
Luego de 2 cuadras, más o menos, da vuelta en una esquina donde se encuentra con un mendigo que viene caminando en dirección opuesta, caminando apurado. Lo ve y se percata que tiene un cartel colgando de su cuello, el cual lee a la rápida: “No desperdicies tu vida como yo. Trabaja por la paz”. No sabe por qué, pero sintió un cosquilleo en la guata. Al cruzarse, pensó que a lo mejor tenía algún problema, que estaba loco. Después de pasarlo, se voltea, mira la espalda del mendigo y lee otro cartel que dice: “tienes razón, estoy loco. Y ahora a dormir”. Ahí sintió de nuevo ese cosquilleo, pero no en la guata, ahora fue en su espalda, sentía como subía por sus pulmones, su nuca, hasta llegar a los ojos.
Tuvo que sentarse a descansar por un momento. Había sido mucha la emoción vivida en tan corto tiempo. Fue como si todo un ejército pasara por su cabeza, y tuviera que recordar todos los nombres de los más de mil soldados que desfilaron enfrente de él. (En otro momento les contaré sobre la vida militar de Iván). Y mientras se encontraba sentado en la banca, miraba la hora “chuta, ya debe haber llegado mi vieja, y no hay nada ordenado en la casa…voy a llegar y me van a retar…mejor llamo al Toño y le digo que hagamo alguna wea pa la noche…se arma, invitamos a minas, un poco de copete, bailamos, me como a 2, y con la ultima weveo papá, y a la mañana siguiente digo k tuve estudiando”.
Se para, y al incorporase se da cuenta de que ha pisado un sobre. Se pregunta extrañado “¿Por qué no tiene dirección?”. Lo sigue observando, y encuentra unas letras algo legibles, que dicen “Remitente: Los Co dor s nº 108, El Ca melo, Provi cia d l agua”. Espantado, queda boquiabierto, pensando “¡Cresta! ¡Pero si es la dirección de mi tío abuelo!”, a lo que lee aun más asustado: “C n amor pa a Iv n”
“Mi tío, ¿mandando una carta que dice “con amor”, para mí?”, se queda pensando, cuando se da cuenta que está al medio de la calle, y un camión cargado que no alcanzó a frenar, lo golpea fuertemente, y cae al piso.
No supo qué había pasado cuando despertó en la posta. No tenía idea por qué estaba acostado en una cama blanca, con una bata rosada, y todo lo demás brillaba con un blanco intenso. Observó a su alrededor, y notó que cuidadosamente estaban sus ropas dobladas cuidadosamente a su derecha. En el bolsillo del pantalón, se veía un bulto. Era una especie de papel. Inocentemente, trata de sacar lo que está encima, y bota todo, solo para tomar su pantalón y ver qué era el papel.
Hizo un primer esfuerzo por desdoblarlo, pero no pudo. Sus extremidades, sus dedos, todo le dolía con la más mínima fuerza. Tan así que tuvo que tomarse 3 pastillas que él llamó “calmantes”. Hizo un segundo esfuerzo, y ahí lo pudo abrir. Tenía una letra que no sabía por qué pero la reconocía. Y decía esto:
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Queridos sobrinos, nietos, hijos y familia entera:
Hermanos todos. ¿Como están en sus vidas? Por lo que los he visto, todos están sanos y estables, con una vida saludable y sin problemas (excepto el Andrés, que pronto se repondrá de su rodilla). Por mi parte, estoy más rejuvenecido que nunca. No saben la alegría que siento de estar acá. Por fin he podido hacer todas las cosas que me hubiesen gustado hacer, pero por dificultades materiales no había logrado.
Ahora sé, por ejemplo, cómo se siente navegar en un crucero por todo el atlántico, disfrutar de un helado de piña en la playa del caribe, visitar las maravillas del mundo todas en un solo día y estar en ellas por más de 24 horas en cada una, hacer un viaje a la Luna y ver mi antigua casa, además de ver una fantasía de niño: saltar con una pelota grande de un lado de la gran muralla china al otro lado (esa fue una de las tantas experiencias que me ha devuelto la alegría de ser niño).
Ojala pudieran compartir conmigo todos ustedes estas cosas, así como ya las he compartido con mis viejos, con mi hermana, mis abuelos, aunque aún no logro dar con mi abuelo materno. Pero incluso, créanme que aquí nada es imposible. Si hasta incluso logré reunir a mis viejas mascotas, mis perros, todos los gatos, uno que otro hámster (son muchos, si con decirles que hasta llegan con otras camadas, nietos, y entre todos serán más de dos mil). Y a todos yo mismo los alimento, les doy de beber.
Se preguntarán de donde puedo sacar tanta comida y tanta agua para tanto animal. Pues bien, aquí las cosas te las regalan. Así de simple: te encargas de que todo y todos estén en armonía, en paz, y a cambio, recibes lo que necesites para que tú estés en paz contigo mismo. Al final, todos “trabajamos” por la paz del resto, así el resto “trabaja” por tu paz, y terminamos todos siendo uno. Ojala hubiera vivido así antes. Quizás hubiera disfrutado de muchas mas cosas, con una sonrisa permanente en la cara, como lo es ahora.
Bueno, no quiero aburrirlos con explicaciones ni decirles cómo debió haber sido mi vida. Pero quiero pedirles un favor: si se acuerdan de cómo era, por favor, no vivan como yo, porque aquí aprendí que perdí mucho tiempo haciendo cosas egoístamente, y tuve una vida dura por eso, porque no quería tener una vida, una vida feliz. Ahora que la perdí, entendí todo. Y ahora que entiendo todo, como me gustaría volver con ustedes para enseñarles mi experiencia. Tan solo se los puedo enseñar por esta carta.
De todas formas, no va a ser la última vez que sepan de mí, lo sé. Cuando les sea pertinente a ustedes, recibirán más noticias de mí, ya saben como encontrarme. Cualquier duda, pregúntenle a Iván, porque él tiene la experiencia.
Se despide atenta y afectuosamente, José Iván Correa Yáñez.
PD: Iván, si no comprendes algo, simplemente ve a ver al mendigo de nuevo, y mientras pases a su lado, piensa en lo que no entiendes. Te lo aseguro que su espalda te dirá la verdad. Lo sé.
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Entonces se levanta, toma su ropa, pasa al baño que encuentra a la entrada de la sala donde estaba. Entra y se cambia. Pesca el cepillo de dientes, su peineta, cierra con llave todas las puertas, y sale por la ventana, caminando relajadamente, tratando de recordar las cosas de su vida, como el amor, la esperanza, la gente, la armonía, el descontrol, la ira, la avaricia, el egoísmo.
Cierra los ojos. Se silencia todo
Vuelve a abrirlos, y se encuentra en un funeral, vestido con la misma ropa, echado en el piso, como si fuera un vago. No pide disculpa ni nada por el estilo. Piensa el por qué no lo fueron a velar a otro lado. Sale caminando, en dirección contraria a cuando va a la casa del Cristian, sin saber por qué. De repente alguien delante de él gira en la siguiente esquina, dejando un espacio entre un mendigo que va adelante e Iván, quien logra ver en su espalda un cartel que dice “Piensa en lo que dijo tu tío abuelo, es verdad”.
Y en un abrir y cerrar de ojos, se encuentra en frente de la casa nº 108 de la calle Los Cóndores, con una carta en sus manos, que no tiene dirección de envío. La lleva para devolverla al remitente. Toca la puerta, y detrás de él aparece un mendigo, con un cartel que dice “no rechaces lo regalos que se te da, piensa que ya tienes más”. Cuando abren la puerta, y su tío sale con una escopeta y le dispara en la frente.
De golpe, despierta. Sudado entero. Son las 7 AM, a la ducha, desayuno y luego a la pega. Mientras se ducha, piensa si estuvo mal no haber contratado a Mauro, solo por ser negro, o despedir a la Martita, por haber recibido y aceptado un papel no firmado por un notario. Mientras desayunaba, pensó en aquella familia, que su madre soltera trabajaba duro y era discriminada, todo para mantener a sus seres queridos, y que era despedida, y dejaba sin alimentos a sus críos. Salió a la calle, vio a un mendigo, pensó por un momento, y se sintió identificado. Pero luego se dijo “yo no soy como él, yo me esfuerzo para tener mi felicidad, y no estar botado tratando de hacer que otro se encargue de mi. No le voy a dar nada”.
Iván pasa por al lado del mendigo sin inmutarse. Y cuando le da la espalda, el mendigo se levanta, agarra unos cartones, unos cordeles, y se los amarra al cuello. Un cartón con una inscripción para adelante, y otro similar colgando para atrás.
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